“La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra”, sentencia sin titubeos una persona experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el testimonio de José, que no concuerda con tal afirmación.
Según la encuesta hecha a desmovilizados por la Fundación Ideas para la Paz, la principal razón para haber ingresado a un grupo armado es, en efecto, económica. Sin embargo, la hipótesis materialista no ayuda a explicar las diferencias por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes vinculados al conflicto.
Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco de las mujeres campesinas —el grupo más vulnerable— menciona esa motivación. Además, los grupos que acogen a jóvenes en busca de mejorar sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%). También son ‘paras’ los que pagan un estipendio por combatir, algo poco común en los grupos subversivos.
Un indicador de la riqueza familiar, basado en las características de la vivienda reportadas en la misma encuesta, no muestra ninguna relación entre la pobreza y la militancia en el caso de las mujeres excombatientes. Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres sí se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales.
Para el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables por género, pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las Auc la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas, como la iniciativa de la persona desmovilizada.
Cuando el acercamiento proviene de los combatientes, sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las que siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo.
Por el contrario, si la vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno —familia o amigos—, el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%.
Hay una alta proporción de jóvenes previamente entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión. “A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un juego. Eso pensábamos, hasta que los ‘paras’ nos vieron e intentaron reclutarnos”.
En los varones se percibe una asociación negativa entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las desmovilizadas, manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la riqueza, salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de los hombres provenientes del quintil más alejado de la pobreza, manejaban armas antes de ser reclutados.
El gancho monetario que usan los ‘paras’ al enrolar adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, me cuenta el procedimiento de captura de niñas por los ‘paracos’. “Un bacán las contacta y les dice que el patrón les manda saludos. Con los saludos o un poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado... a veces llega una lavadora o una nevera nueva para la mamá”.
Para algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas. Un joven reclutado por el exnovio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón me ganaba entre $200.000 y $300.000. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”.