FIP Opina / 26 de septiembre de 2022 / Tiempo de lectura: 7 min.

¿Por qué no negociar con las disidencias de las FARC?

La Paz Total es una buena idea que puede salir mal. Mientras se conocen detalles de los proyectos de ley que soportarán la iniciativa central del nuevo Gobierno, el escenario más confuso y problemático es de la negociación con las disidencias de las antiguas FARC.

Esta columna se publicó el 23 de septiembre de 2022 en lasillavacia.com Leer columna original
Falso carro bomba abandonado por las disidencia de las FARC en el Catatumbo
Falso carro bomba abandonado por las disidencia de las FARC en el Catatumbo © Colprensa

El presidente ha dicho que la negociación con estos grupos consistirá en que se cumpla lo pactado en el Acuerdo Final del 2016. Sin embargo, las actuaciones del Comisionado de Paz, así como los comunicados firmados por representantes del Gobierno y de las disidencias, sugieren lo contrario. Por su parte, el Ministro de Defensa ve improbable el inicio de un cese multilateral en el corto plazo. Toda una serie de mensajes encontrados que generan preocupación.  

La Paz Total de los 90

Arropado en la idea de que es la primera vez que en la historia del país se intenta dialogar de manera simultánea con diferentes grupos ilegales, el Gobierno avanza peligrosamente hacia un escenario similar al de inicios de los 90 cuando el Gobierno de César Gaviria buscó negociar con los diferentes grupos armados.

Mientras, por un lado, negociaba con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar -la cual integraba a seis grupos armados-, por otro preparaba los decretos de sometimiento para que los extraditables, particularmente Pablo Escobar y el cartel de Medellín, se sometieran a la justicia. Además, intentaba tener acercamientos con Ariel Otero y las Autodefensas del Magdalena Medio.

No menos importantes fueron los esfuerzos, también en el gobierno Gaviria, a través de la Consejería Especial para Medellín, de buscar la paz con las denominadas milicias populares en esa ciudad, que terminó con la desmovilización de 650 milicianos.

El desenlace de este esfuerzo de "Paz Total" es ampliamente conocido: la guerra se agudizó y derivó en lo que en ese entonces el presidente Gaviria denominó como la "guerra integral": un enfrentamiento simultáneo con todos los actores del conflicto.

Colombia no es el mismo país de hace 30 años. Producto de un proceso gradual que combinó el uso de la fuerza y negociaciones de paz escalonadas, el país logró derrotar a los grandes carteles de narcotráfico, desmantelar el paramilitarismo y desmovilizar la guerrilla más vieja del continente. Mal haría el Gobierno Nacional en desconocer las capacidades y los aprendizajes que nos condujeron a un escenario como el actual, en el que ningún grupo armado tiene la capacidad de derrotar al Estado.

Dialogar para someter

En un contexto como el colombiano, que encabeza los listados internacionales de países con más incidencia de la criminalidad organizada, y con serios problemas de inseguridad y violencia, es fundamental mantener buen pulso para no caer en la trampa de tratar como beligerantes a estructuras del crimen organizado, en las que han evolucionado una parte importante de las casi 40 estructuras de las disidencias que ahora se autodenominan "Estado Mayor Central". 

En la medida en que no es fácil diferenciar a unos de otros, pues además en algunas zonas están en guerra, la aproximación del Gobierno a las disidencias debería centrarse en el problema práctico, que consiste en el control territorial y la gobernanza criminal que han logrado instaurar estas estructuras, principalmente en el sur del país. En este sentido, el mejor curso de acción es acelerar la implementación del Acuerdo de Paz, ampliar la puerta del sometimiento a la justicia vía justicia ordinaria, desactivar los conflictos territoriales de esas regiones a través de la participación social concentrada en los diálogos vinculantes, avanzar de manera decidida en la consolidación del estado local, y generar una disuasión militar creíble.

Nada de lo anterior requiere una nueva negociación de paz con las disidencias, sobre todo por parte de un Gobierno que en gran medida le ha quitado la agenda de las “grandes transformaciones” al ELN. Por supuesto el sometimiento a la justicia implica diálogo y negociación, pero sobre los términos de entrega, no sobre el modelo político y económico.

En el caso de las FARC, su desmovilización se logró a partir de la desactivación de su trayectoria armada en el marco de una negociación posterior a un debilitamiento estratégico en términos militares. De ahí que las disidencias son un coletazo, una resaca de ese proceso que, a pesar de haberse fortalecido en los últimos cuatro años -como lo muestran los mapas-, de ninguna manera constituyen una nueva versión de la vieja organización. Al reconocerles esa condición, el Gobierno le concede al uribismo que las FARC no se desmovilizaron, una de sus principales banderas para oponerse al Acuerdo Final del 2016.

Las ventanas del delito político

La mejora gradual de la capacidad del Estado para ofertar bienes y servicios públicos en las zonas marginadas durante las últimas décadas se ha dado paralelamente al cierre, también gradual, de la puerta del delito político. Hasta hoy, ese había sido un consenso implícito y central de la doctrina del Estado reflejado, además, en el acto legislativo 02 del 2019 modificatorio de la Constitución política sobre la conexidad del narcotráfico y del secuestro con el delito político. Bajo esta perspectiva, el cierre del conflicto armado en Colombia pasa por la posibilidad de que, a través de los mecanismos establecidos en el Acuerdo Final con las FARC, se desarrolle una negociación con el ELN partiendo de la agenda ya acordada con este grupo en el 2016.

Si bien los escenarios de ceses multilaterales pueden conducir a una reducción de la violencia en el corto plazo, en el largo plazo puede implicar un mayor control territorial los grupos armados

En términos prácticos, una negociación política con las disidencias, rearmados y residuales de las antiguas FARC, no solo reabre las ventanas del delito político, sino que les propicia dos golpes a los más de 13 mil firmantes que han honrado el Acuerdo Final de 2016.

En primer lugar, les demuestra que hubieran podido delinquir durante cinco años más sin mayores consecuencias en cuanto a la pérdida de beneficios. Las condiciones actuales de gran parte de estos firmantes aún son precarias. Sus proyectos productivos no han despegado o siguen a la espera de financiación, han tenido que abandonar las ETCR por condiciones de seguridad y siguen lidiando con las secuelas físicas y psicológicas de la guerra. Cumplirles a ellos y acelerar el proceso de reincorporación, así como la implementación del Acuerdo Final, puede ser más importante para la construcción de la Paz Total que empoderar a las disidencias.

En segundo lugar, y de mayor consideración, no hay que perder de vista que una parte importante de la violencia que se ha ejercido contra los firmantes del Acuerdo y que ha constituido uno de los mayores palos en la rueda para la implementación, proviene de las disidencias. Así lo sugiere el informe presentado ante la JEP elaborado por la Misión de Verificación, CERAC y CINEP, el cual sostiene que las disidencias de las FARC son responsables de cerca del 60% de las afectaciones contra excombatientes.

El capital de la paz

Por último, es importante recordar que el capital político del presidente Petro no es infinito. Si bien los escenarios de ceses multilaterales pueden conducir a una reducción de la violencia en el corto plazo, en el largo plazo puede implicar un mayor control territorial los grupos armados. Esto produciría un retroceso en materia de gobernabilidad vía cooptación del Estado, como sucede hoy en día en Arauca y en el sur de Córdoba.

Por esto, de acuerdo con la evidencia colombiana e internacional, los ceses al fuego son el resultado y no el preámbulo de unas negociaciones de paz. La apuesta del cese multilateral es tan astuta como arriesgada. Así como puede conducir a una reducción de la violencia de manera pronta, puede ser el inicio turbulento de la Paz Total en un contexto donde las disidencias están en guerra entre sí en Putumayo, Nariño y Cauca, el ELN considera que una parte de las disidencias son paramilitares, y en donde el Clan del Golfo está en guerra con el ELN en Chocó y en Norte de Santander. Esto sin mencionar otras conflagraciones locales entre grupos de delincuencia organizada como sucede en Buenaventura y la costa Caribe.

Aún es pronto para augurar el éxito o el fracaso de la Paz Total. La situación del país requiere esfuerzos, voluntad política y creatividad para superar la violencia. Un buen comienzo sería clarificar el alcance de los diferentes instrumentos de la política de la Paz Total, concentrarse en la negociación con el ELN, e impulsar una estrategia de seguridad que la acompañe. 

Palabras clave: farc / Disidencias / Paz Total / Conflicto armado

 

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